Heme aquí, sola, en éste mi
mundo.
Tenía no una idea, sino un ideal,
un objeto de adoración, que lo era por el simple hecho de ser imposible hasta
de imaginar. Una forma sutil solo apta para mentes perspicaces, con la misma arrogancia
que dicha forma posee. Cuántas veces leemos un libro, vivimos una historia, e
intentamos dar forma a las personas que conocemos en esas aventuras… Viví yo la
más extraordinaria de las experiencias. Viví en una época criticada por ella
misma, con personas hipócritas hasta para el juicio del aire, conocí a la más
maravillosa de las criaturas, y se corrompió como la más débil de las personas…
lo que lo hizo perfectamente inmejorable. He estado años forzando mi mente para
encontrar una forma lo suficientemente perfecta como para ser él. Y un día, en
uno de esos sitios de ésta, nuestra adorable y no irónica época, me encuentro
con una imagen, un rostro perfecto. Pelo desarreglado cuidadosamente, rostro
sereno y embaucador, ojos penetrantes y soñadores, labios serios, inocentes y
perversos a la vez… Un colgante que de ordinario ensombrecería al zafiro de
Rose… Ese rostro me ha susurrado algo,
pero como ha sido fruto de mi imaginación lo he oído a gritos, en el interior
de mi cabeza, con la voz de aquel otro que siempre será uno más de mis trofeos.
Y me ha dicho, ensordecedora a la par que dulcemente: ¡Yo soy Dorian Gray!
¿Me cansaré de dicho rostro, de
lo que me dice?, quién sabe. Pero la sombra sin materia que es lo que compone
mi ideal seguirá allí, siempre.
"Sí, amadísima,
nuestro mundo sangra
por otros males que el mal de amores."
---