domingo, 22 de diciembre de 2013

Entrada 6.

En este mundo que nadie entiende y que nadie jamás entenderá, con la odiosa humanidad y sus actitudes fatales, me siento retraída en el más grande y alejado rincón de una habitación de paredes ensuciadas por gente con las manos perdidas de sangre, polvo y humo.
Pero esa asfixiante sensación de ahogo puede ser eclipsada por unos instantes cuando miro al cielo, que alberga las cosas más hermosas que se pueden ver desde el lugar en el que estamos, encontrarse con la tierra. Y, a pesar de la nube de desechos humanos que nubla el esplendor del firmamento y de las casas y carreteras y coches y luces artificiales que deforman la estructura de nuestra visión del final de tierra, cuando miro la delicada y frágil linea que es el horizonte, con la escala de colores que deja la tenue luz del Sol que da paso a la actuación de la gran Luna así como de su, a veces, ausencia, algo en el interior de la parte cenit que pueda tener mi alma se contrae hasta la inexistencia para después dilatarse, como aquella pupila que conoce el amor, como la onda expansiva tras una devastadora bomba nuclear, hasta el más apartado extremo de todo mi cuerpo.


“¿Acaso sólo había un mundo que soñaba con otros mundos?”
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